
Me han llamado la atención los calificativos que asigna Mingote a los diferentes “colectivos” que entran en escena: progres, cuando se refiere a los españoles que se decantan por el mundo musulmán; medievales cuando se refiere a estos últimos y contemporáneos para el caso de los judíos. Partiendo de la premisa de que es sabido que la exageración es una de las técnicas humorísticas utilizadas para denunciar un hecho o situación, hay que entender, por tanto, que ni todos los musulmanes viven aún en la Edad Media -es decir, no todos son medievales-, ni todos los judíos viven en el mundo contemporáneo, como cualquier visitante a esta agitada tierra puede comprobar. Dicho lo cual, también hay que reconocer que, en un análisis global, la diferencia entre las sociedades musulmanas y la judía es abismal: el predominio en el mundo musulmán de usos, costumbres y tradiciones ancestrales derivadas de la religión es considerablemente superior al que pueda haber en la sociedad israelí, de ahí que esta última haya conseguido un despegue en todos los órdenes que no tiene parangón en todo el oriente próximo y medio. ¿Hasta qué punto ha tenido influencia la ayuda económica que el estado de Israel ha recibido del exterior? Es ésta una cuestión que ni podemos solventar en cuatro líneas ni tenemos cifras que lo clarifiquen; baste apuntar que también los países musulmanes han tenido su oportunidad con las estratosféricas cantidades de dólares que han ingresado por sus ventas de petróleo; ¿han sabido sacarle el rendimiento adecuado? (Dejamos la pregunta en el aire)
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