Viñeta publicada en ABC el 7 de junio de 2010.

Como demoledora carga de profundidad a los pseudointelectuales calificaría yo esta acertadísima viñeta de Mingote.
Llamamos pseudointelectual a esa clase de persona que se las da de culta y de entendida, que presume de dominar todos los temas que se tratan y que pretende tener la última palabra en todo. No está muy lejos de ser una buena representación de la vanidad, defecto empalagoso donde los haya. Me venía esta figura a la cabeza al contemplar los rasgos del personaje en el que Mingote pone la respuesta: mentón “legionario”, barba “rompedora” (sin bigote), abrigo sin abrochar (aire descuidado), fumador de pipa (por aquello de la diferenciación), “aire” interesante,… ; en resumidas cuentas, el estereotipo de pseudointelectual que alimenta su intelecto con los editoriales adoctrinadores de su diario de cabecera en lugar de las remansadas aguas de tantos y tan buenos libros cargados de sabiduría. Y digo esto a sabiendas que hoy día, más que hablar de diario de cabecera, habría que hacerlo también de radio de cabecera o televisión de cabecera, cuando no de todo el paquete, pues no son pocos los casos en que uno se nutre del otro y vuelta a empezar (situación corriente no solo en el actual panorama periodístico español, sino también en el mundial)
Es bien sabido que hay quienes escriben para expresar su opinión, mientras que otros lo hacen para crearla. De estos últimos se sirven las ideologías para difundir su mensaje. De igual forma se puede afirmar que hay quienes leen para ratificarse en la que ya tienen, para contrastarla con la de otros o, sencillamente, para adquirirla. Para tener opinión hay que tener formación y ésta no se adquiere en manuales del tipo de “aprenda en tres días…” La formación exige estudio, análisis, reflexión,… El problema es dejar que la opinión dependa única y exclusivamente del editorial de prensa de cada día. Llegados a tal extremo, se podría afirmar del tal sujeto que ha pasado a ser una marioneta del editorialista de turno. Y ya se sabe qué pasa con las marionetas: cantan o bailan, lloran o ríen al hilo de quien las maneja. Para que luego vayan presumiendo de sabios.

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