Viñeta publicada en ABC el 22 de febrero de 2011

Que la libertad encierra en su interior una energía capaz de romper los más gigantescos diques es algo que no vamos a descubrir en estos momentos. Dejamos para otra ocasión la discusión sobre la naturaleza de sus mecanismos de ignición, las circunstancias desencadenantes de la deflagración o la velocidad de propagación de ésta. Ni soy experto en explosivos, ni tenemos espacio suficiente para afrontar un análisis profundo de todas y cada una de las cuestiones planteadas. Sí que podemos hacer al menos la sencilla afirmación de que las personas aman la libertad y desean ejercitarla, aunque ello suponga correr ciertos riesgos. Temporalmente pueden aceptar la actitud acomodaticia de cambiar libertad por seguridad, pero sólo temporalmente; el ansia de libertad que anida en el ser humano acabará pidiendo abrir las ventanas y reclamará su derecho a respirar aire fresco. Mingote nos pinta a la Estatua de la Libertad pidiendo permiso para entrar en el complejo y cerrado mundo de los países islámicos gobernados por regímenes autoritarios o dictatoriales. Que son países en los que la libertad se encuentra muy limitada es más que evidente. Pero también lo es que no resultará fácil trasplantar el modelo democrático que rige en Occidente a unos países de culturas y mentalidades tan diferentes. Es más, en no pocas ocasiones el cambio no implicó la implantación de la democracia sino de la autocracia o de un régimen islámico radical. No sabemos, por tanto, si las movilizaciones y derrocamientos que estamos contemplando en Túnez, en Egipto, en Bahrein o en Libia son consecuencia del ansia de libertad y no de otras causas como la pobreza, el desempleo o la falta de un futuro digno en el caso de las jóvenes generaciones; o, lo que sería más grave, de la acción solapada de los fanáticos antioccidentales. Ni por nuestra dependencia energética de esos países, ni por la dignidad de los que los habitan podemos perder de vista los acontecimientos.

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