El día que se juega la final del mundial de fútbol y la calle se llena de atuendos exóticos con los colores de la camiseta de la selección española, Mingote nos obsequia con esta viñeta cargada de simbolismo: un aficionado se “corona” nada más y nada menos que con ¡un pulpo! ¿La razón? el protagonismo que ha adquirido el pulpo Pau (ver nuestra viñeta del pasado día 9) a raíz de sus hipotéticos aciertos sobre los partidos jugados por distintas selecciones, entre ellas la española.
Lo que me preocupa de este superficial fervor patriótico que lleva a realizar exhibiciones si no tan disparatadas como la de ponerse un pulpo por peluca, sí al menos parecidas a las que vemos en carnaval, sólo que con unos colores y una bandera que representan algo más serio, lo que me preocupa, decía, es el día después caso de que la selección española pierda la final. Demasiado sentimiento y demasiada euforia puestos en algo tan veleidoso como es un juego en el que ganar y perder es, con demasiada frecuencia si no con toda, más cuestión de suerte que de estrategias y de planificación. Los aficionados al fútbol saben muy bien que un despiste, una salida equivocada del portero o un desvío involuntario de balón, como en el caso del partido contra Suiza, pueden evaporar todas las ilusiones. El día después, gane o pierda nuestra selección, nos vamos a encontrar nuevamente con los cuatro millones de parados sobre nuestra castigada piel de toro, con un inacabable cierre de empresas, con una bancarrota de las arcas públicas, con un lento e imparable proceso de descomposición de la nación española –ahí queda esa manifestación contra la sentencia del Tribunal Constitucional en la que se gritó “¡Adios, España!”-, o con esa inicua ley del aborto que acaba de entrar en vigor y que conducirá a la muerte a miles de niños indefensos. ¿Es esto para estar eufórico?
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